LA HABANA — Fernando Galván se movió hacia adelante y lanzó un uppercut de derecha en bucle. Arlen López, el boxeador cubano que ganó la medalla de oro en el peso semipesado en los Juegos Olímpicos el verano pasado, dio medio paso atrás y contratacó con un rápido y clínico gancho de izquierda.
El golpe aterrizó en la esquina de la barbilla de Galván, azotando la cabeza del boxeador oponente, dejándolo inconsciente y derribado de cara en la lona de un pequeño cuadrilátero de boxeo ubicado en el centro de un auditorio en Aguascalientes, México, en mayo.
El nocaut de López mostró la mezcla de potencia, precisión, arte, ciencia y violencia que ha convertido al programa de boxeo amateur de Cuba en el mejor del mundo. Los boxeadores cubanos han ganado 15 medallas olímpicas desde 2012, frente a las nueve de Estados Unidos. En los Juegos de Tokio, Cuba inscribió a boxeadores en siete categorías de peso, y logró cinco medallas: cuatro de oro y una de bronce.
Y, sin embargo, el nocaut de López fue distintivo, tanto para él como para su país, porque se produjo en una cartelera de boxeo profesional, la primera con el reciente apoyo y bendición del gobierno comunista de Cuba. Seis boxeadores cubanos pelearon bajo el estandarte de una nueva empresa promotora mexicana, Golden Ring.
Para un país que prohibió el deporte profesional en 1962, una cartelera de boxeo profesional con tres medallistas de oro olímpicos representa un importante cambio de prioridades.
Uno de los principales catalizadores de ese cambio, según las personas implicadas, es la competencia. Después de ganar múltiples títulos olímpicos, seguir mejorando en el boxeo significaba buscar nuevos retos.
“A nivel amateur, los mejores boxeadores de la historia son cubanos”, dijo Julio César La Cruz, dos veces medallista de oro olímpico y capitán del equipo que noqueó al colombiano Deivis Casseres en el segundo asalto. Pero “hace falta este choque con los mejores boxeadores del mundo a nivel profesional para medir fuerza”, dijo.
Sin embargo, en Cuba, cuyos mejores boxeadores y jugadores de béisbol a menudo desertan en busca de un salario profesional, el dinero también importa. Según su acuerdo con Golden Ring, los boxeadores como López y La Cruz se quedarán con el 80 por ciento de la remuneración neta de cada pelea, y el resto se dividirá entre los entrenadores, el personal médico y la federación nacional.
El presidente de Golden Ring, Gerardo Saldívar, no quiso revelar los pagos de los boxeadores, ni la parte que le corresponde a su empresa, pero dijo que los boxeadores cubanos recibirán “el valor normal del mercado”.
“Estarán bien pagados”, dijo Saldívar.
Aun así, el equipo nacional no abandonará el boxeo amateur. Aunque se han programado otros cuatro eventos profesionales en el extranjero este año, competir en los Juegos Olímpicos y en los Campeonatos del Mundo seguirá siendo la prioridad del país.
Rolando Acebal, el entrenador jefe de la selección de boxeo de Cuba, dijo que la decisión también era esencial para mantener el deporte en alto nivel, especialmente porque los profesionales han sido elegibles para competir en los Juegos Olímpicos desde 2016. “Estamos peleando con ellos, pero no los conocemos”, dijo.
Pero en una isla que lleva mucho tiempo inculcando un ethos amateur, adiestrando a los atletas para luchar por la gloria de su país y no por el lucro, la decisión tiene importantes implicaciones en torno al dinero.
“¿Qué es un millón de dólares comparado con el amor de ocho millones de cubanos?”, preguntó una vez el peso pesado Teófilo Stevenson, que ganó el oro olímpico en los Juegos de Múnich, Montreal y Moscú, tras rechazar una oferta de cinco millones de dólares para retar a Muhammad Ali.
Con cifras presumiblemente menores en juego durante la cartelera en Aguascalientes, los cubanos participaron en un espectáculo profesional con un toque amateur.
Los combates se programaron por categorías de peso, de modo que boxeadores más pequeños, como el peso ligero junior Lázaro Álvarez, tres veces medalla de bronce olímpica, y el peso wélter Roniel Iglesias, dos veces campeón olímpico, pelearon antes en la velada. Los púgiles más grandes, como el peso semipesado López, y La Cruz, un peso crucero, compitieron más tarde, como lo harían en un combate amateur internacional.
Los cubanos también compitieron en equipo, con La Cruz como capitán. Se vistieron con pantalones cortos rojos, en los que no se veía nada más que una pequeña bandera cubana en una pierna y un logotipo de Puma en la otra. Los púgiles profesionales contemporáneos que participan en eventos de alto nivel suelen llevar pantalones cortos adornados con los logotipos de los patrocinadores, una importante fuente de ingresos adicionales.
La última vez que los púgiles cubanos compitieron profesionalmente, la vestimenta de cuadrilátero sin adornos era la norma.
Antes de que Cuba se retirara del deporte profesional, el boxeo en la isla se había enredado con la mafia a lo largo de la década de 1950 y se consideraba como una actividad demasiado peligrosa tras algunas muertes de alto perfil debido a la duración de las peleas.
En esa época, la idea del “hombre nuevo” del Che Guevara —una noción según la cual los incentivos morales debían sustituir cada vez más a los materiales a medida que la gente cambiaba sus valores— estaba en auge.
Hace tiempo que el Partido Comunista de Cuba ha vuelto a los incentivos más materiales. Durante la época de Raúl Castro como presidente (2006-18), la “prosperidad” se definió como un objetivo legítimo del socialismo, y una ley de “estímulo salarial” cimentó los ingresos de los deportistas en función de los resultados.
El sueldo básico del equipo nacional es de solo 3500 pesos cubanos al mes, el equivalente a un dólar al día. Por cada oro olímpico que los boxeadores traen a casa, se les paga el equivalente a 300 dólares al mes (150 por plata, 75 por bronce) de por vida, con pagos también por las victorias en los Juegos Panamericanos y por cada Campeonato Mundial.
Aunque son pobres comparados con los boxeadores exitosos de otros lugares, en una isla donde el salario medio es de menos de 50 dólares al mes, los mejores boxeadores de Cuba viven cómodamente, y necesitan ganar para hacerlo.
En la Serie Nacional del mes pasado en Camagüey, incluso hubo destellos de ostentación. La Cruz salió del estadio con una cadena de oro y se fue en un Mercedes nuevo, su recompensa por el oro en Tokio. Era algo insignificante para un boxeador profesional de primera en Estados Unidos, pero un marcado símbolo de estatus en un país en el que solo una de cada 70 personas posee un carro, según el último censo del país en 2012. Además de los automóviles de otros medallistas olímpicos, los únicos otros vehículos en el desolado estacionamiento eran una ambulancia y un oxidado autobús que llevaba al resto del equipo a su hotel.
“Han aumentado el alcance de la escala salarial para que la gente con mucho talento cobre más, en parte porque no querían perder gente”, dijo William LeoGrande, profesor de gobierno en la American University. “Si algunas personas ganan 35 dólares al mes y otras se pasean en autos de lujo, es una diferencia salarial muy amplia y un poco difícil de justificar en términos de la cultura de valores socialistas”, añadió.
Los deportistas entrevistados por The New York Times parecían satisfechos con el nuevo acuerdo y dijeron que esperaban que eso frene la ola de deserciones que, en los últimos años, ha aumentado en su deporte. Tras marcharse, púgiles como Guillermo Rigondeaux, Erislandy Lara, Luis Ortiz y Yuriorkis Gamboa han firmado, y ganado mucho, con promotores estadounidenses.
No está claro que mayores recompensas económicas para los mejores atletas vaya a detener la avalancha. La isla se encuentra sumida en una crisis económica provocada por las feroces sanciones de Estados Unidos y la pandemia de coronavirus, que ha empujado la emigración a máximos históricos. Hablando bajo condición de anonimato porque no querían enfadar a su federación, varios miembros del equipo con menos ingresos se quejaron de las largas horas que sus familias tenían que hacer fila para conseguir comida.
Kevin Brown, uno de los dos boxeadores que abandonaron el equipo durante los Juegos Panamericanos de Ecuador en marzo, dijo que si le hubieran ofrecido la oportunidad de pelear profesionalmente antes, se habría ido “mil veces”.
El peso mosca Robeisy Ramírez, quien abandonó el equipo nacional durante un campamento de entrenamiento en México en 2018 antes de firmar con Top Rank, se mostró escéptico de que los boxeadores reciban el dinero. “Es una estafa más”, dijo. “Es una ganancia para el país y no para los boxeadores”.
Los boxeadores cubanos cobran en pesos cubanos y en “MLC”, una moneda electrónica vinculada al dólar que se utiliza para comprar alimentos y bienes de consumo. El peso se ha desplomado en los últimos dos años, mientras que el MLC no tiene valor fuera de la isla.
“Tienes que gastarlo o venderlo en el mercado negro”, dice Brown, un peso ligero.
Y aunque el incentivo es grande, la amenaza también se cierne porque un laberinto de regulaciones disuade a los atletas de abandonar el barco.
En una ocasión, Fidel Castro comparó a un atleta que abandona a su equipo con “un soldado que abandona a sus compañeros en medio del combate”, y a los agentes que quieren llevárselos como “tiburones” que quieren “carne fresca”. Al igual que los médicos y los diplomáticos, los atletas como Brown y Ramírez que se marchan durante una “misión” deportiva en el extranjero tienen prohibido volver durante ocho años.
Brown, que vive en Ecuador y trata de llegar a Estados Unidos, dijo que estaba “regulado” en la isla y que le quitaban el pasaporte cuando viajaba con el equipo cubano.
Esa tensión aumentó las especulaciones sobre la ausencia de Andy Cruz, el medallista de oro de peso ligero en Tokio, y el boxeador que muchos observadores consideran como el mejor de la actual cohorte cubana. Originalmente, estaba previsto que Cruz compitiera en el evento en Aguascalientes, pero fue retirado de la alineación cuatro días antes de su combate.
Se rumoreó que la federación había dejado de lado a Cruz para evitar que desertara, mientras que las declaraciones oficiales describieron la decisión como táctica, estratégica o disciplinaria.
Por su parte, Cruz, de 26 años, se disculpó en Twitter con los aficionados al boxeo por el retraso de su debut profesional.
“Lo quería para ustedes”, escribió Cruz. “Estaba fuera de mis manos. El sueño continúa”.
Incluso con las deserciones, los resultados de Cuba no se han resentido. Ahora, la pregunta es si eso puede trasladarse al campo profesional.
“Aunque sea boxeo, es un deporte diferente”, subraya Saldívar, el presidente de Golden Ring.
El cuadrilátero de Aguascalientes era de cuatro metros por cuatro metros, el más pequeño que permiten la mayoría de las jurisdicciones. Eso redujo el espacio para que los púgiles cubanos pudieran maniobrar o, como dijo el entrenador Acebal, “bailar y dar piñazos”. En el período previo a la pelea, los entrenadores cubanos habían adaptado el entrenamiento para la transición de tres asaltos a seis.
Esa transición puede ser brutal.
“El boxeo amateur es más de toque, de punto”, dijo Ramírez, que fue derribado a los pocos segundos de su primera pelea profesional por un estadounidense poco conocido en 2019. “El profesional es más de hacer daño”.
Ed Augustin reporteó desde La Habana y Morgan Campbell desde Toronto.
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